El renacimiento
Ocupaban una fila de siete asientos. Cada uno estaba haciendo algo diferente, pero tenían en común la misma mirada mientras esperaban que los hagan pasar a la habitación. Un familiar había sufrido un infarto, ese era el asunto que los tenía angustiados. Si bien sabían que iba a recuperarse, no se sentían cómodos ahí. Entraban personas con familiares peores que ellos: desde una señora en silla de ruedas con convulsiones previas hasta pequeños con aspectos dolorosos al alma. Pero también estaba el lado alegre: gente recuperada, saliendo del hospital buscando aprovechar su segunda vida. Si bien dicen que el hospital es hacia dónde va la gente para recuperarse, yo no lo veo así ni tampoco ellos. Es imposible no entristecerse, no compadecerse con las demás personas ahí dentro.
Finalmente lograron entrar y lo vieron acostado, sedado pero estable. Charlaron un rato con los enfermeros; estaba todo bien. Así que se quedaron, vigilándolo y protegiéndolo en sus sueños y a su lado. Mientras cuatro iban a comer algo, los tres restantes se quedaban en la habitación y rotaban. En la noche se turnaban para dormir ahí dentro: un día le tocaba al hermano, otro día al sobrino y quizás de nuevo al hermano.
Cada uno cancelaba los planes que tenían, desde trabajo hasta encuentros con amigos. Al menos, postergaban lo que era posible. “Tengo que ir al hospital a ver a un familiar” repetían. Algunos consideraban que esa frase expresa culpa, pero yo no lo veo así. Yo lo veo como la expresión más clara del amor; así lo consideraban ellos también. Se sentaban a su lado para darle fuerzas y que se recupere lo antes posible. En siete días, él iba a cumplir años. Así que esperaban, con muchas ansias, que para esa fecha él ya estuviera en su casa.
Cada día que pasaba era una nueva mejoría. Al recuperar su conciencia, él estaba rodeado por sus afectos y una lágrima recorrió su cara hasta llegar a su boca. Con dificultad, dijo que se iba a recuperar para seguir junto a ellos, lo que generó que el sentimiento reinante en esa habitación sea la felicidad. Cada día que pasaba era una nueva mejoría.
Seis días más tarde, llegó el doctor de cabecera con todos los resultados de los múltiples estudios.
Se reunió toda la familia en la habitación, escuchándolo atentamente al especialista. Cuando dijo que en las próximas horas él recibiría el alta, todos comenzaron a llorar simultáneamente. El sol iluminó con intensidad el lugar, los pájaros cantaron una melodía tan alegre que, en pleno invierno, florecieron rosas del color más rojo que se podía imaginar. En este momento, las ocho personas ahí dentro entendieron por qué se dice que la gente se recupera ahí dentro. Pero, desearon, volver en el tiempo más lejano existente en este mundo. Tomados de la mano y dos horas más tarde, con el sol cayendo sobre los ocho rostros, salieron del hospital.
Cuando el reloj marcara las doce, él volvería a nacer.
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