Cumpleaños

Tarde lluviosa del mes de agosto y ella en su habitación estaba terminando con de envolver algo. Era el regalo para su novio; era su cumpleaños número diez. Así que, con mucho amor, le estaba preparando una sorpresa. Su habitación era algo curiosa porque había cosas que no suelen ser los objetos que uno puede encontrar al incursionar en la habitación de una persona de su edad. En una pared, clavada con tornillos, había una tabla periódica inmensa; se podía apreciar cada elemento en su totalidad. En una de las adyacentes había unos estantes por arriba de un escritorio lleno de hojas donde ella estaba finalizando con su pequeña obra y una ventana que la ayudaba a respirar bien, pero le ponía en riesgo sus cosas cada vez que había una ráfaga fuerte de viento. Opuestamente se encontraba su cama. 

Al levantarse de la silla, torpemente tiró el paquete por la ventana. Cayó sobre un árbol, apoyándose sobre un colchón de ramas y hojas a una altura inalcanzable. Intentó recuperarlo por todos los medios, pero no pudo. Aún no llovía, pero tranquilamente sus lágrimas podían inundar toda una ciudad. Necesitaba recuperar el regalo como sea, pero ella estaba sola en su casa. 

Una hora más tarde, llegó su novio. Vio la situación e imaginó que quizás, cantando con su guitarra, lograría hacer que el árbol decidiera bajar sus brazos para permitir alcanzar esa cosa tan preciada para su novia. Él, inocentemente, no sabía de qué se trataba. Pero como ella lloraba, sabía que debía recuperarlo. Así que fue a buscar la guitarra al living, salieron juntos y se pusieron en los pies del árbol. El nene entonó una melodía tan suave, tan esperanzadora y tan soñadora que el sol le ganó terreno por completo a las nubes, los pájaros volvieron a cantar, rosas comenzaron a florecer y el árbol inclinó su rama y así poder alcanzar el regalo. Él, con el pecho inflado y feliz, le dio el paquete a su chica, quien había recuperado la sonrisa. Ella lo miró a los ojos, dándole su regalo.

“Feliz cumpleaños” le dijo, tomándole la mano.

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