El poder de las palabras
Cada vez que él escribía, nadie lo molestaba. Con música a
medio volumen, en la soledad de su habitación él se encerraba cada vez que él
escribía. No necesitaba de otra cosa más que un papel, una lapicera gris y algo
para decir.
Cada trazo que daba era una herida en otra persona. Él la
lastimaba, pero esa persona no lo notaba. Cada trazo que daba, su corazón le
dolía, pero aun así él seguía. No sólo podía herir; también podía inmortalizar.
Podía revivir a las personas. Cada trazo que daba, a veces, era una caricia a
su alma.
En estos momentos, se encontraba en un mundo totalmente
distinto. No estaba solo había más personas como él escribiendo. No podían
hablarse, sólo a través de la escritura podían comunicarse.
Un día, mientras él se encontraba escribiendo, comenzó a
sentir dolor. Estaba ubicado en su corazón, pero no por cada trazo que daba.
Sintió una sensación fría, punzante, pero suave a la vez; notaba cómo se movía
por su cuerpo. Así que, entonces, decidió levantarse la remera para descubrir
que el dolor era también superficial y que tenía forma de palabra. Pensó, antes
de que su cabeza se desplomara contra la mesa, que alguien estaba escribiendo
sobre él.
Deseó que, de la misma forma, alguien pudiera revivirlo.
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