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Mostrando las entradas de octubre, 2016

Apocalipsis

Lloraba porque había tomado conciencia de que no hablaría con nadie más. Su única solución era hablar con él mismo por algunos días más hasta que su vida se acoplase con las personas que supieron existir. Ya no leería libros nuevos, escucharía las mismas canciones y vería las mismas películas una y otra vez. Lloraba porque ya no sentiría el tacto de una persona para sentirse vivo. Su única forma de saber  que vivía era esa. Ahora, está desvanecida en el tiempo y no tiene ninguna otra posibilidad más. Ahora, era únicamente él y el mundo. Los restos de una sociedad sufrida construida sobre ladrillos de maldad, desigualdad y violencia era lo único que podía ver. Lloraba porque nunca había llorado. En una sociedad donde éste acto no entraba en lo que se consideraba “masculinidad”, encuadraba en lo femenino. Él nunca se animó a llorar porque eso significaba que, fingiendo fortaleza, era hombre. Esta idea, tan cuadrada y retrógrada, reinaba en la sociedad y él, inocentemente, la ac...

Lluvia

Las noches de lluvias son para aprovechar. Al menos, en mi caso, me gusta poner música clásica y empezar a escribir, teniendo una taza de café recién hecho a mi lado. La pluma se desliza despacio por la hoja, formando estas palabras que intentan tomar un sentido. Mientras tanto, las gotas golpean con una intensidad salvaje contra la ventana de mi casa, acompañadas de un viento capaz de devastar ciudades enteras. La lluvia es agua y, como tal, limpia cada lugar por donde pasa. Limpia las veredas, las paredes, el pavimento y toda la ciudad. Cuando termina, se puede respirar a la naturaleza en su máxima expresión: hojas mojadas, la humedad, la limpieza que ya pasó. Eso es: la lluvia puede ayudarme. De la misma forma que hace con la ciudad, puede limpiarme a mí. No, no físicamente. No sé si tiene ésta capacidad, pero si yo me llegara a poner bajo la lluvia, con los ojos cerrados, mirando hacia arriba, quizás puede limpiar todo dentro mío. Si cerrara los ojos, ¿cómo sé que es lluvia...

Carta de regreso

Julieta, ¿Cómo estás? Te escribo para decirte que recién llegué de mis vacaciones por Europa. Fui para distintos países; desde Suiza hasta Grecia. Yo creo que son paisajes ideales para vos, te vas a enamorar. Recorrer Venecia descalzo comiendo una fruta fue una de las grandes cosas que hice en este viaje. Creéme, la desconexión con el mundo es total. Tocar la guitarra con la Torre Eiffel dominando tu vista es algo glorioso, irrepetible. La primera vez no va a ser igual a la segunda; te va a generar sensaciones muy especiales. Pido tus disculpas porque no te envío fotos de mi expedición. Decidí no llevar la cámara y fotografiar cada rincón con mi retina. Lo que puedo recomendarte es que viajes si podés y que disfrutes del mundo a través de tus ojos y no de alguna lente o cierto tipo de filtro.  Sentir la naturaleza y admirar la arquitectura te va a hacer sentirte viva. Espero que vos estés bien y quiero escuchar de vos pronto, Franco 

El poder de las palabras

Cada vez que él escribía, nadie lo molestaba. Con música a medio volumen, en la soledad de su habitación él se encerraba cada vez que él escribía. No necesitaba de otra cosa más que un papel, una lapicera gris y algo para decir. Cada trazo que daba era una herida en otra persona. Él la lastimaba, pero esa persona no lo notaba. Cada trazo que daba, su corazón le dolía, pero aun así él seguía. No sólo podía herir; también podía inmortalizar. Podía revivir a las personas. Cada trazo que daba, a veces, era una caricia a su alma. En estos momentos, se encontraba en un mundo totalmente distinto. No estaba solo había más personas como él escribiendo. No podían hablarse, sólo a través de la escritura podían comunicarse. Un día, mientras él se encontraba escribiendo, comenzó a sentir dolor. Estaba ubicado en su corazón, pero no por cada trazo que daba. Sintió una sensación fría, punzante, pero suave a la vez; notaba cómo se movía por su cuerpo. Así que, entonces, decidió levantarse...