Navidad

Las gotas de la lluvia feroz, que se había desatado una hora antes, golpeaban en todo su cuerpo como si fuesen pequeños golpes, pero en infinitas repeticiones. Logró abrir la puerta de su casa con algo de dificultad, ya que la manija estaba resbaladiza. Una vez adentro, dejó los zapatos al lado de la entrada debajo de la percha donde colgó su piloto y después fue a buscar un papel para secar sus anteojos. Había sido un día muy agitado y él estaba muy cansado, así que se sentó a mirar una película.

Ricardo, a quien también lo conocen como Papa Noel, era un ingeniero solitario que recién había ingresado a la década de los 70 años. Tenía una empresa donde trabajaba casi todo el día, pero en su tiempo libre le gustaba disfrazarse de Papa Noel para cumplirle el deseo a cualquier chico en los hospitales que pida conocerlo. Primero, él se sentaba en una silla, el nene se acercaba y se sentaba en sus piernas para comenzar a hablar. Le decía al nene que él no quería perderlo, ya que era su elfo preferido y que necesitaba de su ayuda para la Navidad que se aproximaba. Después, le daba un juguete que llevaba, le daba un beso y lo despedía.

En el medio de la película, su teléfono empezó a bailar sobre la mesa y a sonar increíblemente fuerte. O, quizás, sonaba al mismo volumen, pero Ricardo estaba tan cansado que le taladró los oídos. La llamada era de un hospital donde lo pedían urgentemente, ya que al parecer no había mucho tiempo. Instintivamente, se disfrazó a la velocidad de la luz y manejó tan rápido que no tuvo tiempo de preocuparse por la lluvia ni del tráfico.

 El clima era muy desalentador al llegar, pero Ricardo mantuvo la misma rutina. Se sentó en una silla, hasta que decidió cambiarla por completo y pidió quedarse a solas con el nene. Él llegó muy debilitado, flaco y pálido. Estaba peleando con todo lo que podía por su vida, pero estaba perdiendo. Papá Noel se dio cuenta de esto, así que lo sentó en sus piernas y le preguntó cuál era su deseo. “Vivir”, respondió el nene intentando sonreír y haciendo llorar a su héroe. Internamente, Ricardo estaba desarmado. Externamente tomó coraje, lo tomó de la mano y deseó que el nene viviese y le ganase a esa enfermedad que lo tenía muy complicado. “¿Cómo es tu nombre?” “Pablo” respondió, antes de quedarse dormido. Papá Noel lo besó en la frente y le susurró que esperaba con su alma que su deseo se lograra cumplir. Acto seguido, saludó a la familia de Pablo, dejó la habitación y se fue a su casa.

Ricardo no pudo evitar llorar durante días. No pudo evitar dudar de si seguir siendo Papá Noel o dejarlo. Su disfraz estaba guardado en un cajón oscuro y no en el placard donde acostumbraba estar. El rojo, de a poco, se tornaba marrón y el blanco, gris. No pudo evitar pensar cómo es que las enfermeras pueden soportar ver a un nene en tal estado. Se supone que, en la vida, lo que dura más que la vida de uno, es la vida de su hijo. Con estos pensamientos, él se fue a dormir. O intentarlo, al menos.

Meses más tarde, una caja apareció en la puerta de su casa. “Gracias por cumplirle el deseo a nuestro hijo, logró cumplirse y nunca nos olvidaremos de vos. Firma: la familia de Pablo”.

Ricardo empezó a llorar pacíficamente, mientras que el disfraz retomó el color que tenía cuando él lo compró treinta años atrás: un rojo salvaje y un color blanco como la nieve del invierno navideño.

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